domingo, 12 de abril de 2009

Martirio de Santiago

Martirio de Santiago El Menor (Pedro Orrente)

-¡Llamar a una ambulancia!- Gritó alguien desesperadamente.

-¿¡Pero que has hecho!?- Preguntó Juan muy exaltado mientras Santiago se desprendía lentamente de entre sus brazos depositándose en una pequeña tumba que se encontraba en medio de la Iglesia de San Agustín.

-Se lo merecía, se lo merecía…- Pedro no paraba de repetírselo. Estaba en una especia de trance, seguramente provocado por toda la sangre que allí había -él me obligó a hacerlo…-

Marcos y Martín, dos jóvenes monjes recién llegados al monasterio, se abalanzaban contra Pedro e intentaban retenerle. Juan extrajo el pequeño cuchillo situado en el cuello de Santiago y lo observo detenidamente. Ese cuchillo no era de Pedro, estaba convencido de que ese cuchillo lo había visto en algún lugar un tiempo atrás pero no era capaz de recordar donde ni a quien pertenecía.

-Pedro, Pedro responde…-Insistía Guillermo. Guillermo era un gran amigo de Pedro, ambos se conocían desde hacía muchos años, habían estado en varios monasterios juntos y eran capaces de estarse varias horas hablando sin que se acabara su tema de conversación, hablaban de todo por lo que se conocían mutuamente. Guillermo era incapaz de imaginarse que su amigo Pedro fuera capaz de hacer algo así y no paraba de preguntarse porque su amigo había hecho esto, porque había arruinado su vida de esta forma, y sobretodo, porque el no sabía nada.

Millones de preguntas resonaban entre esas paredes pero Pedro todavía en trance y con la mirada fija en la espalda de Santiago no contestaba ninguna pregunta. Empujo el cuerpo con el pie dándolo la vuelta y dejando a la vista su cara de espanto.

-Deberíamos avisar a la policía- sugirió Marcos.-No podemos dejar esto así-
-Llevas razón Marcos- Admitió Juan, pero, antes de nada tapemos a Santiago.
-¡Un momento! ¿Enserio creéis que Pedro haya sido capaz de esto? Investiguemos por nuestra cuenta, si esto llega a oídos de el arzobispo todos nos meteremos en una gran lío- intento explicar Guillermo.

Así se hizo, entre todos taparon a Santiago, y cerraron esa habitación con llave para que nadie mas que ellos pudiera entrar. Se dirigieron a una sala situada en la otra punta del monasterio, era mas pequeña, tenia un olor raro debido a la gran cantidad de polvo que tenían, seguramente por el poco uso que tenía, y apenas tenia ventanas.

-Sentémonos y expongamos los hechos, tiene que haber alguna explicación lógica para todo esto, y sobretodo alguna explicación que nos confirme que Pedro no ha tenido nada que ver con esto- Continuó diciendo Guillermo

-Muy bien, Pedro, necesitamos que nos cuentes todo lo que ha pasado, con todo lujo de detalle-

-…El se lo merecía, el se lo merecía. Todo empezó hace unos meses, yo estaba en oratorio como cada domingo cuando a los lejos pude oír a Santiago hablando con un hombre vestido de negro con varios símbolos a lo largo de su túnica, no pude distinguir nada de él parte de su ropa pero me sorprendió su voz, era ronca, muy ronca, quizás podría considerarse demasiado ronca. Me levanté silenciosamente y me acerque a la puerta para poder escuchar mejor. No pude oír gran cosa pero recuerdo que Santiago parecía muy nervioso como si supiera lo que iba a pasar.

Cuando me aseguré de que el extraño hombre se había ido fui a visitar a Santiago a su celda. Le pregunté quien era ese hombre y él un tanto nervioso me echó de su celda a gritos. Me quedé un poco extrañado pero no le di más importancia así que durante los siguientes días olvidé lo ocurrido.

A las pocas semanas volví a ver al hombre, esta vez iba solo y se dirigía hacia las capillas principal. Al llegar allí estuvo manipulando alguna cosa y rápidamente abandonó la estancia. Mientras salía le interrumpí, no tuve tiempo para hablar con el puesto que enseguida me empotró contra una puerta y me amenazó. Desde ese día no volví a verle.

Durante las siguientes semanas Santiago estuvo muy raro, apenas pude verle por el monasterio y las pocas veces que le veía iba con prisa, siempre con un cuaderno en la mano. Mientras andaba solo, miraba al suelo e iba hablando para si mismo. Yo estaba tan extrañado que me propuse averiguar que se traía entre manos, cual era la causa de tanto secretismo.

Un lunes por la mañana me decidí a seguirle. Este lunes era diferente, Santiago acudió a misa pero luego en lugar de volver al convento a realizar sus tareas como de costumbre, Santiago se dirigió al hospital de la Sagrada Concepción.

Sigilosamente entre en el hospital tras de el, Santiago estuvo un rato hablando con la recepcionista. Mantuvieron una conversación un tanto acalorada, Santiago enfadado se volvió hacia la puerta de salida tras haber sigo negada su entrada al hospital.

-¿Un hospital no dejó entrar a un monje?- preguntó Marcos
-Me resulta un poco extraña tu historia Pedro…- dudo Juan
-¡Callaos y dejar que lo cuente si no nunca sabremos el final- ordenó Guillermo

-Eso- apoyo Pedro.-Continuo con esta historia… ¿Por donde íbamos? Ah si, Santiago se Elvio enfadado hacia la puerta de salida tras haber sigo negada su entrada al hospital, este hecho me resultó aun mas intrigante, puesto que, Santiago era uno de los pocos monjes que iban al menos una vez a la semana a visitar a los enfermos y darles su bendición.

Me oculte tras un pequeño escarabajo rojo aparcado en la puerta, Santiago al salir a la puerta miro a ambos lados y se dirigió corriendo a la acera de enfrente donde le esperaba un coche de un color grisáceo que, en cuanto vio a Santiago, arranco el coche de inmediato.

No pude ver quien conducía y mucho menos hacia donde se dirigía pero, en cuanto lo vi desaparecer, me dispuse ha hablar con la recepcionista.

-Perdone, puede decirme…-
-Un momento señor- contesto una pequeña vocecilla.- Muy bien, dígame ¿en que puedo atenderle? -
-Perdone ¿podría decirme por quien ha preguntado el monje que acaba de irse?-
-Lo siento es información confidencial-

-Vera, ese monje se llama Santiago, es un monje que habita conmigo y unos pocos monjes mas en el convento de San Sebastian, y bueno, resulta que lleva unos días algo raro, falta a algunas misas, y bueno, estamos un tanto preocupados- intente persuadirla

-pero usted entenderá que yo no puedo decirle nada señor- contesto la señorita sin apenas inmutarse.
-Bueno muchas gracias, ha sido un placer ¿podría decirme donde se encentra la capilla en este hospital?- intenté cambiar de tema.

-Si claro, suba por ese ascensor hasta la tercera planta y tras pasar dos pasillos gire a la derecha y luego a la izquierda- me guió la joven. –y entre usted y yo, ese Santiago es un poco raro, ha venido preguntándome por un tal Anselmo, le pregunte el apellido o una pequeña descripción para poder ayudarle a encontrarlo, enseguida se puso my nervioso, empezó a gritarme que tenía que ir urgente a la capilla, que le estaba esperando, y no paraba de decir que tendría muchos problemas si no subía a esta capilla de inmediato.-

-¿Y podría decirme si ese tal Anselmo sigue en la capilla?-
-Por esta puerta no ha salido nadie que yo no conozca-
-Muchas gracias señora- Pude decirla mientras corría a coger el ascensor- subo hasta la tercera planta y tras pasar dos pasillos giro a la izquierda luego a la derecha- me repetía una y otra vez


-¿Pero no era primero a la izquierda y luego a la derecha?- preguntó Martín
-Si, déjame terminar, me dirigí hacia el erróneo camino que me había visualizado mentalmente. Claramente, no llegué a encontrar la capilla pero tras la ventana pude ver a Santiago, o al menos eso me pareció, discutiendo intensamente con el mismo hombre que había visto anteriormente en el monasterio. Salí corriendo hacia el lugar pero cuando llegué ya no estaba.

Durante los siguientes días no sucedió nada, seguí a Santiago a todos los lugares a los que iba pero no volvió ha hacer nada sospechoso hasta el día en el que volvió a reunirse con el extraño hombre. Esta vez el hombre traía consigo una gran bolsa negra, Santiago entregó un sobre algo grueso que pude deducir que era dinero, y el hombre le entrego la bolsa, Santiago la dejo en el suelo y…-

-¿Qué había dentro?-
-¿Le mataste por eso?-
-¿Queréis dejar de pregunta?-
-si, si, continua-

-Santiago dejo la bolsa en el suelo y al abrirla aunque no pude ver bien vi lo que parecían cinco cabezas de personas-

-¿para que querría santiago cinco cabezas humanas?-
-esta historia no tiene ni pies ni cabeza-
-ssssssh, callaos, ¿no lo oís?

Todos quedaron en silencio y pudieron oír unos golpes que procedían de la habitación en la que aun se encontraba Santiago tapado con una manta blanca.

Los cinco salieron corriendo hacia la habitación pensando que Santiago podría estar vivo pero al llegar allí solo vieron un rastro de sangre como si alguien se hubiese arrastrado o lo hubiesen arrastrado. Ninguno veía a Santiago asíque cerraron la puerta para poder buscar más tranquilamente sin que pudieran descubrirles.

Pedro pudo divisar varias sombras moviéndose en la oscuridad, corrió hacia una de ellas encontrándose con el extraño hombre que meses antes había visto con Santiago.

-¡Correr!- Chillo mientras se dirigía hacia la puerta cual animal veloz.- ¡Son ellos! ¡Vienen a por nosotros! ¡Necesitan más cabezas!

Todos empezaron a correr, de mala forma pudieron abrir la puerta, salir, y tras de si, volver a cerrarla, intentando impedir que estos extraños hombres pudieran salir.

-¡corramos a los pasadizos!- Gritó Juan.

Todos comenzaron a correr, cada uno en una dirección diferente y Juan, permanecía allí a la espera de que sus compañeros volvieran a reunirse con el.

-¿pasadizos?- pregunto Guillermo
-¿Hacia donde vamos?
-¿Dónde conducen?

-Seguirme, no hay tiempo ahora para más explicaciones- Gritó Juan a la vez que empezaba su carrera hacia las celdas

Desde la otra punta del monasterios, el resto de los monjes podían ver este continuo ir y venir, trayendo cosas para atrancar la puerta, buscando las llaves de las celdas..

Una vez abajo los cinco monjes quedaron impresionados, jamás habían estado allí, todo estaba lleno de telarañas, ni siquiera sabían a donde conducía.

-¿Desde cuando está este pasadizo aquí?- preguntaron Martín y Marcos a la vez
-¿A dónde conduce?- pregunto Guillermo.

(Crack) -¿Que santo es esto?- preguntó Martín mientras curioseaba
-Aggg ¡aléjate de ahí!- grito Marcos con cara de terror

Juan alumbró con el candil a una pequeña esquina repleta de unos pequeños huesecillos blancos

-¿son huesos de animales?-
-a mi me parecen mas huesos de persona-
-Pero son demasiado pequeños ¿no?-
-parecen huesos de niños-
-¿que hacen aquí huesos de niños?-
-Juan explicamos que es esto y a donde conduce-

-Buen sentémonos un rato, que aun tenemos algo de tiempo-
-si, estoy de acuerdo, sentémonos-

-hace unos años, el monje que me incluyó en este monasterio me contó que durante una época, nuestro convento se encontraba comunicado por esta pasadizo con el convento de monjas situado al otro lado de la montaña. Hasta hoy pensaba que eran solo historias que se cuentan pero visto lo visto…- empezó a explicar Juan.

-¿Qué estas insinuando Juan?-

-Insinúo que según me contó este monje, los monjes que antes vivían aquí y las monjas del otro convento se encontraban aquí a escondidas, cuando alguna quedaba embarazada, disimulaban su embarazo hasta el momento del parto, en ese momento bajaban aquí y daban a luz…-

-Estas diciendo que…-
-Si, esos huesos que están ahí son los restos que quedan de los hijos de estas monjas…-
-¡Pero eso es imposible! ¡Estas diciendo una barbaridad!-

(Pum) Se oyó como la puerta del cuarto donde habían encerrado a estos extraños
-No es momento para esto, tenemos que salir de aquí antes de que nos encuentren-

Todos corrieron a lo largo del pasillo hasta salir por el convento de monjas ya en ruinas. Los cinco monjes se metieron en un cuarto de aquel convento asegurándose antes de que no pudieran ser encontrados.

-Tienes que seguir con la historia Pedro- Propuso Guillermo
-De acuerdo, sigo por donde nos habíamos quedado…-continuo Pedro.- Santiago volvía de este encuentro con la bolsa, me acerque y le pregunte. Al principio solo me decía que me fuera, que esto no era para mi, que sería mejor que no me vieran hablando con el, que no me metiera en esto por que si no, no podría salir. Intente tranquilizarle pero lo único que conseguí fue que se pusiera aun mas nervioso.

Santiago me llevo a su celda, cerro la puerta y miro en todos los lugares, armario bajo la cama, por la ventana, una vez asegurado de que no había nadie comenzó a contarme lo ocurrido.

-Hace unas semanas me encontré por casualidad con un hombre, tenía un aspecto de descuidado, asíque decidí traérmelo a la celda, asearle y darle algo de comer. El hombre muy agradecido me dijo que gente como yo teníamos que hacer algo mas grande en este mundo y me cito en un extraño almacén.- explico Santiago.- Yo acudí a la cita aunque algo indeciso. Cuando entré había unas cuantas personas mas, un medico, un curo, un político y varias personas más.

Empezó como una especie de ceremonia y nos reunieron todos alrededor de una enorme mesa redonda. Mientras conversábamos como podías hacer algo más por el mundo oímos unos gritos de unos niños.

Los dueños del lugar, los que se encargaban de esto, nos dijeron que eran unos niños que estaban jugando en la calle. Pero a mi me extraño asíque con la escusa de tener que ir al servicio me acerque a ver que era y de donde venia ese ruido.

Cuando llegue vi a unos cuantos niños en una habitación, parecían felices hasta que pude ver varios huesos de niños que seguramente llevaban muertos varios meses.

Oí como la puerta se cerraba y un hombre entraba, yo sabia que ya no tendría escapatoria, asíque pregunte para que servia esto. Me dijo que usaban las cabezas de los niños para...


-¡Pedro! ¡Pedro! ¡Despierta!

1 comentario:

  1. Nota: 10. Un texto estupendo. Has unido la trama policíaca a tema religioso del cuadro. Muy ágil el diálogo. Bien contado, original. Algunos errores: sobre todo, separado, segidme, no seguirme, etc. Hay más. Enhorabuena por tu blog. Isabel.

    ResponderEliminar